jueves, 20 de mayo de 2010

A Xesta, la planta sagrada

La belleza de lo ordinario

Buscando información para la siguiente especie que os quería proponer, me he dado cuenta de que las plantas que aquí vemos son especies que nos acompañan o nos rodean a donde quiera que vayamos y miremos. Hoy quiero fijar vuestra atención sobre una de esas plantas a las que, por abundantes y cotidianas, no solemos prestar mucha atención, a pesar de que, por su belleza, para mí es una especie digna de plantarse en los jardines más elegantes. Os estoy hablando, ni más ni menos, de la humilde xesta, también conocida en castellano como retama, Cytisus spp. (el término retama es de origen árabe: retam; por el contrario, xesta, para mí mucho más bello y mágico, proviene del latino genesta, del que derivan los nombres castellanos de otros géneros emparentados como la genista, la hiniesta… etc.).



La flor de mayo y de los enamorados

El primer día de mayo, las ramas de esta planta totalmente cubiertas por su hermosa flor amarilla, engalanan las puertas y ventanas de muchas casas, los barcos de pesca, los parabrisas de los camiones, automóviles, e incluso motos y el casco de algún ciclista, tal y como yo mismo he podido comprobar en pleno centro de ciudades como Vigo, Pontevedra o Vilagarcía de Arousa. Esta costumbre tan extendida, tiene como objeto proteger a las personas, al ganado y a las propiedades contra cualquier maleficio, especialmente el mal de ojo, a lo largo del año.


Pero también es la flor de los enamorados, que los chicos entregaban a las muchachas que pretendían; si ésta la aceptaba, daba a entender que también lo aceptaba como pretendiente.
Todavía hay una costumbre más curiosa y bastante extendida en la actualidad, sobre todo en las inmediaciones de la ermita de la Franqueira, en La Cañiza, y también en tierras del Deza, en la comarca de Lalín. Aquí es frecuente ver xestas que tienen en sus extremos un nudo, lo que llama poderosamente la atención de los caminantes que recorren estos parajes. Yo ya sabía por doña Maruja, del pueblecito de Parada, el objeto de estas ataduras tan singulares, que confirmé con lo que escribe Ramón Cabanillas sobre una peregrinación al santuario de La Franqueira. Según él, es una antigua creencia “enraizada en vinte légoas á redonda”: as moziñas casadeiras, peregrinas de la Franqueira que, doblando una ramita de xesta y dándoles vueltas sólo con un dedo (!) aciertan a anudarla, se casan en un año. Y sigue:


Qué cores de cereixa lle saíron ás fazulas [mofletes] a aquela rapaciña que, ao pasar, sorpresamos atafegada en darle voltas á ponla da xesta

En otras comarcas, el objeto de estos nudos es otro: cuando un niño está enganido, es decir, está debilitado o consumido, normalmente por la acción de un mal de ollo o por una meiga chuchona, o por las malas artes del genio maléfico llamado tarangano, que le chupa la sangre a la criaturita, en estos casos, una forma de curarlo consiste en hacer un nudo con la mano izquierda; si la xesta sobrevive con el nudo, el chaval sanará.


La Escoba Mágica

Uno de los muchos nombres populares que recibe esta planta es el de escoba o retama de escobas, porque con sus ramas se acostumbraba a fabricar escobas (los angloparlantes también conocen a esta planta como broom, escoba)... pero su utilidad va más allá de este prosaico uso, tan a ras del suelo. Esta planta está considerada por la cultura popular con grandes propiedades apotropaicas, palabro que viene a significar lo que aleja o aparta las influencias maléficas. De ahí que se pongan ramos, como hemos visto, en las puertas y ventanas de las casas y en los vehículos o aperos de labranza el primero de mayo para que su presencia aleje el mal durante todo el año.

El día de san Juan, igualmente, se barre la casa con escobas de retama para purificarla y protegerla frente a los malos espíritus para lo que resta del calendario.

Una de las prácticas de los pastequeiros, una especie de brujos que ejercen su trabajo en las parroquias de Bértola y Tomeza, al sur de la provincia de Pontevedra, es la de ordenar a las personas que sufren del meigallo que, durante tres mañanas consecutivas, en ayunas, barra su casa con una escoba de xesta. El polvo y los restos de la basura que ha recogido, debe depositarlos en un papel y dirigirse a la orilla de un río; una vez allí, por encima de su cabeza y de espaldas al río, tirará estos desechos al río, al tiempo que pronuncia la siguiente fórmula:

Así como esta broza foi botada,
mal e invexa da casa sexa cortada

Es muy curiosa, también, la superstición llamada o colleitizo, que también recibe el nombre de orballo –aquí con otro significado que el de la lluvia menuda–. Se caracteriza por una enfermedad cutánea que, según la creencia popular, originan los efluvios o emanaciones de ciertos animales como son la araña, el escorpión o alacrán, la culebra, la comadreja o donicela, el lagarto, la salamandra o píntega, y otros. Tanto miedo se tenía a estos animales que, cuando se mudaban de ropa interior, tenían cuidado de pasarla por la llama, para quitarle el orballo que hubiese podido dejar cualquier sabandija o animal ponzoñoso en las ropas tendidas a secar en el campo.

Una vez cogido o colleitizo, la forma más común de deshacerse de él era echar encima de la zona afectada ceniza caliente durante nueve días. Después se quema una rama de xesta al fuego, sin que llegue a hacer brasa, y con este tizón ennegrecido y caliente, se hace una cruz sobre la parte cubierta de ceniza, al tiempo que se recita el conjuro:

Atizo, cuchizo [diablillo]
, ¿qué ves aquí buscar?
con este tizón de xesta téñote de cruzar
con cinza de lareira e leña de lar.

Y de esta manera, según recogen las fuentes, los campesinos se quedaban tan tranquilos.



La xesta perfumadita de brea

Por último, quisiera recoger aquí una tradición que todavía hoy se puede escuchar de algún viejo marinero por la zona de las Rías Baixas y que recoge muy bien Fernando Alonso Romero. La gente del mar es muy supersticiosa porque se enfrenta todos los días a un medio hostil y peligroso, donde no siempre se consiguen resultados proporcionados al esfuerzo invertido; a veces, los marineros se pasaban días enteros sin pescar apenas nada, y el desánimo se apoderaba de toda la tripulación. En estos casos, la creencia más habitual era que alguien les había echado el mal de ollo, y que la embarcación estaba enmeigada. Existen multitud de ritos y procedimientos para solucionar este inconveniente que tanto afectaba a la moral de los marineros, la mayor parte de ellos poco conocidos, porque eran ritos que solían realizarse a altas horas de la noche y en el mayor de los sigilos, pero aquí nos centraremos en la costumbre que tenían los isleños de Ons, en Pontevedra, cuando no conseguían pescar lo suficiente.


En estos casos, como decíamos, juzgaban que su dorna estaba enmeigada. Entonces, el marinero acudía de noche y a escondidas a la playa a azotarla o mallarla, sin descanso, con unas ramas de xesta, profiriendo multitud de improperios –que mejor no reproducimos–, hasta que quedaba agotado. El objeto de este rito de apaleo, frecuente en otras culturas de origen indoeuropeo, era el de expulsar, a latigazo limpio con las ramas de este arbusto, a la bruja que se suponía se había apoderado de la embarcación y que era la que impedía la abundancia de las capturas.


La reproducción explosiva de la xesta

Esta planta también tiene una forma peculiar de liberar su carga de semillas. Éstas se encuentran en el interior de una vaina, ya que se trata de una planta leguminosa o fabácea, que se vuelve negra hacia el verano.

Cuando una vaina se calienta durante un soleado día estival, el lado que está de cara al sol se seca más rápido que el que está a la sombra. Se establece así una diferencia de presión en el seno de la vaina que hace que se abra en dos mitades, catapultando de esta manera sus diminutas semillas negras en todas direcciones. Esta explosión de las vainas se produce triscando, un sonido que seguramente habrás oído cualquier tarde tórrida de verano cerca de alguna de estas plantas, algo a lo que alude el siguiente refrán, relacionándolo con la búsqueda de la pareja:

Cando a xesta fai tris-tras, busca muller, que a terás

La magia moderna de la xesta

La magia de la xesta no se limita a estos ritos ancestrales con los que nos deshacíamos de las molestas meigas o nos propiciaba amores. Hoy sabemos que contiene la esparteína, un alcaloide que tiene una acción indirecta sobre el corazón, pues bloquea los impulsos nerviosos del sistema simpático, impidiendo la llegada de sensaciones o estímulos indeseables, una gran ayuda para los nerviositos, vamos.

También es un estimulante de las fibras del útero, lo que las comadronas denominan acción oxitócica, es decir, lo que provoca las contracciones del músculo uterino y ayuda, por tanto, a inducir el parto.

La xesta también juega un importante papel ecológico. Es una especie que regenera significativamente la tierra donde se asienta, por ejemplo, tras un incendio. Aumenta la cubierta vegetal, lo que evita la erosión del terreno y crea las condiciones necesarias para la germinación de las semillas de otras especies. Es, por tanto, una especie importante como paso intermedio en el proceso de formación del bosque.

viernes, 14 de mayo de 2010

Habilitación de comentarios

Se habilita el recuadro de comentarios, para que dejéis vuestras ideas, costumbres que conozcáis referidas a las plantas y sugerencias. Sólo tenéis que pinchar en comentarios y compartir lo que sepáis ¡No os cortéis!
Y gracias a mi amigo Juanjo por su ayuda informática.

jueves, 6 de mayo de 2010

El Abedul, el árbol del Inicio

Comienzo este blog, consciente de que la falta de ignoransia sobre este tema es criminal, y quizás influido por las sabias palabras de Gandhi que decía que “es muy probable que lo que hagas en tu vida sea insignificante, pero es muy importante que lo hagas”. Y para empezar nada mejor que hacerlo con el abedul, Betula spp., que está considerado como el árbol del inicio, del comienzo.

Es el primer árbol del alfabeto céltico Beth-Luis-Nion (abedul-serbal-fresno) que se utilizó en Irlanda desde el año 600 aC; según este calendario, el primer mes del año, que comenzaba el 1 de noviembre, es el de Beth, el abedul. La víspera de este día se celebraba la noche del Samaín (hoy más conocido por el nombre de Halloween, al ser absorbida esta celebración por el cristianismo), período del año en el que se abren las puertas que separan el más allá, el sidh, y nuestro mundo, el mundo de los mortales.

En Escandinavia, el brote de sus hojas señala el comienzo del año agrícola, porque los labradores lo utilizan como guía para sembrar el trigo de primavera. Me gustaría saber si

nuestros campesinos tienen o tenían esta referencia u otra semejante en el mundo vegetal para iniciar sus labores en el campo; si alguien sabe algo del tema, que lo haga saber en los cometarios.
Asimismo, la madera tradicional para fabricar las cunas de los bebés, de las nuevas vidas, es la del abedul, el árbol del comienzo, pues ahuyenta a los demonios. Esta madera se contrapone a la del saúco, pues según una antigua superstición británica,

un niño puesto en una cuna de madera de saúco será consumido o lo dejarán negro y azul las hadas, a fuerza de pellizcos. Podemos comprobar cómo perviven estas costumbres todavía en nuestros días, hojeando cualquier catálogo de cunas de IKEA, por poner un ejemplo, que continúa con esta tradición tan arraigada en los países nórdicos.
En Finlandia, existe la costumbre del novio de ofrecer a la prometida un anillo de corteza de abedul, antes de entregarle el anillo definitivo… como vemos, los finlandeses acuden a este árbol para este rito de paso, esta nueva vida, que es el matrimonio.


Los Pioneros de la Glaciación y los Incendios

Es curioso comprobar que, habitualmente, toda tradición o leyenda se apoya o descansa sobre unos cimientos, unas raíces históricas de las que se eleva, transformándose y desdibujándose con el tiempo, pero sin perder la esencia de sus orígenes.
El caso del abedul no podía ser diferente. Esta especie fue de las primeras que colonizaron Europa y otras regiones ocupadas por los hielos durante la última glaciación, y que hoy constituyen una amplia extensión de clima templado en el continente. Para saber cómo lo hizo, no tenemos más que fijarnos en su flor. El abedul despliega su flor sin adornos, sin colores, ya que no necesita ni puede depender de los insectos para realizar su polinización: cuando se produce la retirada de los hielos glaciares, es evidente que no puede esperar la visita de los insectos, pues éstos no pueden sobrevivir en unas condiciones ambientales tan duras. Así que estas mismas condiciones fueron las que determinaron el diseño de las flores de estas angiospermas arbóreas, que se denominan amentos.


Estos amentos, tanto los masculinos como los femeninos, preceden a la brotación de la hoja, para que la polinización por el viento no encuentre obstáculos. Sus semillas, aladas, son las más ligeras que existen: para completar un kilo necesitamos varios millones de ellas; así es que el viento las transporta a grandes distancias y de esta forma llegan fácilmente hasta terrenos despoblados o vírgenes, o que han sufrido la devastación de un incendio o un vendaval, donde la tierra precisa de su cobertura. Estos frutos alados tienen una gran capacidad germinativa en suelos húmedos. Todo el proceso, como vemos, lo realiza el árbol sin que intervengan los insectos para nada… los pioneros son unos seres solitarios.
Una vez instalado el abedul, es capaz de transformar las condiciones del terreno de una forma rapidísima: su abundante transpiración drena los terrenos excesivamente encharcados y sus raíces transfieren calcio y sales potásicas, contribuyendo al equilibrio del suelo. Además, estas mismas raíces excretan las auxinas, unas hormonas del crecimiento de las plantas que favorecen la vida de los micro-organismos y que estimulan el desarrollo de las otras plantas.
Esta regeneración de la tierra, unida a que su copa irregular permite que pase suficiente luz, crea las condiciones necesarias para la llegada de otras especies, normalmente el roble y el haya.


Rápidamente ahogado por sus protegidos

El abedul es pionero, pues, de los terrenos desforestados, por ejemplo, tras un incendio o un vendaval, y actúa como cabeza de puente o avanzadilla de otras especies más voluminosas y longevas, y una vez cumplida su misión, es rápidamente relegado por los árboles que crecieron a su amparo y cobijo; amante de la luz como ningún otro, el abedul sucumbirá bajo la sombra y el empuje de hayas y robles.
Así que el abedul es un árbol de un gran valor ecológico para el bosque y aunque no sea una especie muy empleada para repoblar, debido a que la madera no es muy apreciada por los forestales –aunque en los países nórdicos sí se emplea para la producción de pasta de papel–, últimamente se está plantando con mayor frecuencia, sobre todo en los terrenos desforestados, con suelos silíceos y húmedos, allí donde nuestro árbol encuentra su ambiente idóneo, para que sirva de avanzadilla para la instauración de otras especies más delicadas en sus primeros años.



El Árbol de la Sabiduría y sus usos

Según Antonio Colinas, en La Llamada de los árboles, citado por Ignacio Abella, “en los países eslavos siempre se creyó que en los abedules habitaban los espíritus del bosque; sus ramas servían para apaciguarlos, como las ramas de los abetos apaciguaban a las Furias. Además, en la Edad Media, en el norte de Europa se creía que las brujas cabalgaban sobre escobas hechas con madera de abedul”.
La cita me recordó una costumbre practicada en Galicia que todavía hoy puede escucharse de boca de algunos ancianos de nuestros pueblos, la de barrer con ramas de abedul los caminos y encrucijadas para alejar de esa manera a los malos espíritus, os demos.
El abedul, árbol que se consideraba habitado por un espíritu beneficioso, es uno de los más empleados en los denominados árboles mayo, celebración que todavía hoy se festeja sobre todo en Ourense y otros pueblos como Vilagarcía de Arousa, donde se conoce como Festa dos Maios y, en general, en el resto de España y Europa; de hecho, es una de las festividades más extendidas en el continente europeo, y se merece una entrada aparte.
Otra aplicación, ciertamente menos digna, era la de utilizar las varas de abedul para azotar a los alumnos menos espabilados; de ahí el calificativo que se le dio a este árbol –con no poca guasa–
de árbol de la sabiduría (los angloparlantes, de hecho, utilizan el término birching, de birch –abedul– para designar el azote con una vara, y ya se sabe que los ingleses son verdaderos especialistas en esta disciplina). Este apelativo también podría estar relacionado con el hecho de que la corteza del árbol, que tiene la propiedad de poder pelarse fácilmente en finas hojas, servía para confeccionar los pergaminos, a los que los romanos dieron el nombre de librum, término del que deriva nuestro libro y todos sus derivados.
En cuanto al aprovechamiento de esta especie por los pueblos que convivieron con ella, se puede afirmar que son inmemoriales… o casi. Y digo casi, porque en 1991, dos excursionistas alemanes que hacían una ruta por los Alpes italianos, en una zona de hielos perpetuos, descubrieron el cuerpo momificado del que resultó ser un morador de esta región del norte de Italia allá por el 3300 aC, es decir, en plena edad del Cobre en Europa. A esta momia humana, la más antigua conocida –de ¡más de cinco mil años! –, se
la apodó con el nombre de Ötzi, por el nombre de la región donde fue encontrada.
Pues bien, entre el equipo que portaba Ötzi, se encontraron dos recipientes en forma de tarro cilíndrico hechos de corteza de abedul, una manera muy práctica de llevar todo lo que necesitaba; como sabemos, la corteza de los abedules jóvenes es muy fácil de pelar y permanece flexible y entera, incluso cuando se seca. Además es muy ligera –un recipiente ideal para las travesías por la montaña del Hombre de Hielo–.
Y no hay mejor ejemplo de lo incorruptible que es la corteza de esta especie que éste: los dos recipientes se conservan en buen estado y ¡uno de ellos todavía conserva el color blanco propio del abedul! El otro está ennegrecido, posiblemente porque guardaba las brasas de su último fuego.
Además, Ötzi llevaba con él dos setas que crecen sobre los troncos de los abedules, ensartadas por unas tiras de estrechas de cuero, a modo de collar. Ya se conocía el efecto antibacteriano de este tipo de ho
ngos, que se aplicaban sobre pequeñas heridas o para curar los dolores de estómago, algo que Ötzi sufría a consecuencia de los parásitos intestinales que tenía. Lo asombroso es que hace más cinco mil años se tuvieran estos conocimientos medicinales de estas setas y otras plantas que Ötzi llevaba en su “kit de primeros auxilios”.
Ahora podemos comprender mejor por qué el abedul tiene tanta presencia en la cultura popular de los pueblos, sobre todo los nórdicos, que es donde más abunda esta especie. En estos países tiene otros muchos usos.
Realizando una incisión en los troncos de los abedules, por poner algunos ejemplos, se obtiene la llamada savia de abedul. Esta savia se obtiene durante el mes de marzo, antes de que aparezcan las hojas y se utiliza para el tratamiento de los cálculos renales y para disolver la arenilla de los riñones.
Con la savia de abedul, muy rica en azúcares, se elabora, al fermentarla, la cerveza o vino de abedul, una bebida alcohólica muy consumida en el norte de Europa. Por esos lares se considera a esta bebida como uno de los mejores remedios para bajar la fiebre y como uno de los mejores diuréticos, especialmente útil para los achaques reumáticos, como artritis, artrosis, gota, etc.
Para terminar, omitiendo otros muchos usos de esta especie, diremos que de la madera del abedul se extrae la xilasa que se utiliza en la producción de xilitol, que se utiliza como edulcorante en algunos dulces y chicles, puesto que no produce caries; también entra en la composición de alimentos elaborados para los diabéticos, al no precisar de la insulina para que el organismo pueda metabolizarlo.



Para saber más

  • La rama dorada, de James George Frazer: sobre los árboles de mayo o palo mayo. Un clásico de la antropología.

  • La magia de los árboles, de Ignacio Abella: buen libro sobre lo que aquí tratamos, las relaciones entre los árboles y el ser humano; a veces se lía un poco en temas místicos, pero un libro muy recomendable, sobre todo en el capítulo sobre el tejo.

  • La diosa blanca, de Robert Graves: aunque denostado por los intelectuales, porque propone algunas relaciones descabelladas entre los griegos y el mundo celta, a mí me aporta muchos datos interesantes sobre las plantas y la mitología, tanto grecolatina como céltica; y como me interesan las ideas y no quién las dice, o las modas intelectuales, que también existen, pues lo utilizo y recomiendo. En general, es una escritura farragosa y no es para leer de un tirón –aparte de tratarse de dos libros–, pero tiene datos documentados que no he encontrado en otros sitios.

  • http://www.botanical-online.com/medicinalsabedul.htm un buen sitio sobre las plantas medicinales, remedios naturales, con buena información sobre cada especie; muy recomendable.

  • http://www.archaeologiemuseum.it/en/node/285 página oficial del Museo Arqueológico en Bolzano, al norte de Italia, referida a los recipientes hechos con corteza de abedul. Las investigaciones sobre Ötzi realizadas hasta la fecha son muy interesantes, sobre todo por las últimas teorías que apuntan a un sacrificio ritual o una muerte violenta y agónica del pobre Ötzi. Quizás, digo yo, que podría tratarse de un druida o chamán, por el conocimiento que debía poseer sobre plantas medicinales, aunque se hayan encontrado armas al lado de sus restos… quién sabe.

Por último, una cita sobre el abedul extraída de El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas. Nan, el tío de Herbal, un carcelero de la Guerra Civil, le dice a su sobrino que cierre los ojos y que le diga, sólo por el olor, qué madera es la que le acerca a su nariz:


-Este es de abedul, señalaba por fin Herbal.


–¿Seguro? Seguro


–¿Y por qué? Porque huele a mujer


-Muy bien, Herbal. Y él mismo se acercaba al tocón de abedul e inspiraba profundamente, entrecerrando los ojos… a hembra bañada en el río.